Sanación Sicológica
en la Tradición Mística Católica Romana


                                                                                    

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Preguntas y Respuestas

Continúo preguntando por qué te quedas en California. Me parece que todos los días escucho más y más sobre las cosas penosas que salen de ese Estado. Cuando yo estaba en la escuela y aprendiendo por primera vez sobre el gobierno, tuve la impresión de que los “Liberales” parecían ser gente que se preocupaban por el bienestar de la demás gente. Ahora me parece que los “Liberales” están haciendo todo lo posible para destruir la santidad de todo aquello que puede llevar a la gente a la grandeza—ya sea por su cuenta o con ayuda. De todas formas, yo sé que tú oyes suficiente sobre ese Estado y la Ciudad en donde tú vives. Yo simplemente no puedo evitar el cuestionar por qué te quedas alli. Te debes sentir tan fuera de lugar.

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Por qué me puso Dios en California, especialmente en San Francisco? Para que, siendo testigo de la intensidad de la depravación humana, pueda yo ser capaz de comprender la intensidad y la profundidad de la divina misericordia.

De hecho, el mundo continúa existiendo hoy únicamente por las almas fieles a través del tiempo que han estado orando por la misericordia de Dios.

No solamente San Francisco, ni tampoco únicamente California, sino el mundo entero ha abandonado y desertado en grande la gracia de Dios. Pecados inestimables hoy hieren el Sagrado Corazón de Jesús— pecados que están siendo cometidos no sólo por los paganos, sino por los mismos ungidos de Cristo, en nombre de Cristo. El aborto, el maltrato de niños, la pornografía, los estilos de vida desafiante de castidad, el divorcio, la idolatría de deportes y del entretenimiento, el fraude, las mentiras, el pillaje, y toda autoindulgencia en general, garantizan nuestra extinción por Dios. 

Nos hemos alejado tanto de las aspiraciones a la pureza que estamos al borde de la destrucción. ¿Quién necesita terroristas para reprendernos cuando tenemos más y más desastres—huracanes, tornados, terremotos, inundaciones, fuegos, tsunamis, y tormentas—para recordarnos que verdaderamente Dios está al comando de este mundo y que la auto-indulgencia es a la larga algo que no tiene sentido? ¿Pero, haremos caso?

  

Sean juzgados los gentiles delante de tu rostro.
Infunde tú, Yahveh, en ellos el terror,
Aprendan los gentiles que no son más que hombres.

  

—Salmo 9A:20–21

Pero esas almas devotas que se ponen de rodillas en oración penitencial ayudan a desviar los desastres, pidiendo para que a los fieles sean protegidos del castigo y los malvados sean llevados al arrepentimiento.

Lea un pasaje de una carta sobre el arrepentimiento
por San Clemente, obispo

  

Los obispos y pastores que han eliminado los reclinatorios de las iglesias, y exigen que todos estén parados durante la Oración Eucarística no han comprendido lo más esencial. Sí, se puede demostrar a través de la investigación erudita que, para las celebraciones litúrgicas, miembros de la Iglesia primitiva frecuentemente oraban de pie, y que el arrodillarse se consideraba una postura penitencial. Por esto mismo, y con más razón, es que hoy todos debemos estar arrodillados por toda la Misa rogando por misericordia por nuestros pecados y los del mundo entero.

  

Paso-a-paso instrucciones para rezar
La Corona de la Divina Misericordia

Y es por esto que tenemos ciudades como la de San Francisco: la agonía de vivir en ellas nos puede enseñar a como orar y rogar por misericordia. Tenemos que aprender que no podemos ascender a las alturas del amor divino a menos que no estemos dispuestos a entender las profundidades del amor divino. Tenemos que oler el hedor del pecado, ver su penumbra oscura colgando sobre nosotros, oír su estruendo bullicioso, y sentir como se presiona sobre nosotros—y aún saber que el amor de Dios desciende incluso hasta a estas profundidades, llamándonos a salir de nuestra depravación. La justicia se complacería en ver a esta ciudad quemada hasta las ascuas, pero Dios nos dice, “Yo deseo que nadie se pierda. Oren por ellos, aún por el más abominable y malvado, para que al menos, algunos se salven”.

Por lo tanto, sin perder la paciencia o la fe, tenemos que orar constantemente por la conversión de todas las almas innumerosas perdidas en el pecado mortal—miles y diez miles de almas perdidas que se encuentran en dondequiera; aceras, autobuses, autopistas, y trenes. ¿Y donde está la santidad, si no es en las oraciones de su propio corazón?

 


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Traducido por Anne P.

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